Atravesando el Alto Atlas, Marruecos

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Atravesando el Alto Atlas, Marruecos

Esta etapa del viaje nos iba a llevar a través de paisajes desérticos de montaña a más de 2.000 metros de altitud, para después descender y explorar los cañones creados por los diferentes ríos que atravesaban la región.

Nuestro siguiente destino en este road trip, era Midelt, un pueblo de montaña situado entre el medio y el alto Atlas. Por delante teníamos cerca de 200 kilómetros y algo más de tres horas. Llenamos el estómago con el rico desayuno del Riad y tras coger el coche donde mi «amigo» me lo había cuidado con mucho detalle, digo yo 🙄 empezamos a atravesar carreteras que de nuevo estaban en muy buen estado. En muchos tramos estaban de obras, pero se circulaba perfectamente. Atravesamos el pueblo de Azrú, un lugar bastante grande y con mucho movimiento que era un cruce de caminos hacia importantes poblaciones marroquíes. Seguimos hacia el sur y la carretera empezó a inclinarse llegando a más de 2.000 metros. Había muchas vallas de corte de carretera, debido a que durante el invierno esa zona se ponía impracticable de nieve. Algo que ya vivimos 10 años antes, cuando a la mañana siguiente nos encontramos con un paisaje de postal navideña en plena Semana Santa. Era un paisaje desértico total, con burros, cabras y ovejas diseminadas por el terreno.

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A media mañana llegábamos al Hotel Timnay. 70 €. Situado unos 25 km antes de Midelt. Era precioso, las habitaciones enormes, con una pequeña sala de estar y luego la habitación con la cama y el baño completo. La decoración también estaba muy currada. Pero lo mejor eran las dos piscinas que tenía en el exterior, una de ellas bastante grande, que a 38 grados y en medio de la nada, lo agradecimos sobremanera. El cielo se cubrió un poco, levantó algo de viento y cayeron las primeras gotas del viaje, pero aún así la temperatura no descendió en ningún momento. Por lo que lo primero que hicimos fue relajarnos en esas aguas que nos estaban llamando por nuestro nombre de pila y en mayúsculas 😉

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Después de haber descansado nuestros cuerpos serranos, nos acercamos hasta el pueblo a comer. Paramos en el primer restaurante que vimos según entrábamos al pueblo a mano derecha. Los precios empezaban a ser un poco más caros. Pedimos unos platos de spaguettis, unos tajines, pizzas y ensaladas con agua por 405 DH. Como el pueblo era bastante soso, nos decantamos por ir hacia las antiguas minas de plomo, cobre y plata. Estaban todas tapiadas y era imposible entrar, pero el entorno era increíble y al no haber nadie, parecíamos exploradores en busca de algún tesoro. Los críos cómo no, alucinaban intentando entrar en las minas. Un poco más adelante llegamos a una de las zonas que más me impresionaron de todo el viaje. Sin encontrarnos con un sólo coche ni persona en las más de tres horas que estuvimos de ruta, llegamos al pequeño pueblo de Aouli, situado en el interior de una garganta. Cuando la carretera estaba empezando a desaparacer y a convertirse en una pista pedregosa  con cráteres lunares, llegamos al río que había creado esa garganta. Un puente de madera, el cuál no nos atrevimos a pasar con el coche, nos descubría un paisaje de película, un vergel en medio de las escarpadas montañas atravesado por un río de color verde esmeralda. Aunque el resto del equipo fue un poco reacio, yo no lo dudé y bajé a refrescarme en medio de aquel idílico paisaje. Los enenos lógicamente siguieron mis pasos y allí que nos bañamos de nuevo en ese caluroso día que había llegado ya a los 43º. No teníamos bañadores ya que no nos imaginábamos lo que nos encontraríamos, pero como en tres horas no nos habíamos cruzado con nadie, nos tomamos la libertad de disfrutar de la fresquita agua del río como Dios nos trajo al mundo. Cuando estábamos sin hablar, se podía escuchar el silencio. Sin duda uno de los sitios más increíbles de Marruecos y diría que de muchos sitios que haya pisado en mi vida.

De vuelta al hotel, compramos algo de bebida (cerveza ya era imposible) y algo de picoteo para cenar y aprovechar las increíbles habitaciones que teníamos, 200 DH. Nos dimos otro baño en la piscina y terminamos el día todos en una habitación charlando , viendo un poco la tele y jugando.

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Un nuevo día nos esperaba con otras cosas para ver que no nos dejarían indiferentes. Esta vez teníamos un largo camino por delante, 320 kilómetros, pero algo más de 5 horas. Además Edu, había pasado mala noche. Probablemente el aire acondicionado dándole de lleno le había fastidiado el estómago y se había pasado más tiempo en el váter que en la cama. Afortunadamente, después de lo que nos había pasado unos años antes en Calcuta, siempre llevábamos con nosotros algo de suero y parece que el descanso del coche junto con el suero le hicieron revivir cuando estábamos llegando a nuestra siguiente etapa.

Habíamos atravesado los pueblos de Er Rachidia, Goulmina, Tinerhir, y a 50 kilómetros estaba Boumalne Dades, donde teníamos el hotel. Kasbah Dades. Otro precioso hotel, a las afueras del pueblo. 1.870 DH 2 noches. Las habitaciones no eran muy grandes, tenían un par de camas, una de ellas de matrimonio y un baño también pequeño, pero la terraza con vistas a las montañas y la kasbah eran inmejorables. Sin hablar del pedazo piscinón con el que contaba. Como el viaje había sido un tanto duro, decidimos quedarnos a comer en el hotel unos menús de 3 platos y postre que tenían a 100 DH cada uno. Pero antes nos tomamos nuestro merecido baño. El día estaba bastante nublado y cayeron unas pocas gotas.

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A la tarde teníamos planeada la visita a la Garganta del Dadés. Según empezamos a adentranos en ella, veíamos como el horizonte se iluminaba y el posterior trueno que parecía que iba a romper todo. Teníamos la tormenta encima y empezó a llover como si no hubiera un mañana. Quién nos iba a decir a nosotros que en medio casi del desierto íbamos a ver llover más que en Bilbao. Aunque eso sería una tontería con lo que nos pasaría unos días más adelante. La carretera que atraviesa la Garganta nos deja unas escenas increíbles y al final del todo, sube por unas curvas de 180º hasta un mirador desde el que había unas vistas de quitar el hipo. Allí un lugareño nos dijo que no había visto llover así desde hacía un par de años. Fíajte tú qué afortunados que fuimos…. 👿

Cansados de la paliza de viaje de coche, volvimos al hotel, cenamos algo en la terracita tan chula que tenían y esta vez cada uno se fue a su habitación a descansar.

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Nuestro último día en Boumalne iba a ser tranquilo. La noche había sido una auténtica pesadilla para todos salvo para los enanos. A las 3:30 de la mañana estábamos Usu y yo con los ojos como búhos y mandándonos mensajes con Edu y Bea. Había algún tipo de celebración y la música estaba a tope, sin contar con los contrastes de temperatura de la habitación. Si encendíamos el aire nos quedábamos congelados y si lo apagábamos no había quién pudiera respirar del calor concentrado. Así que fue una magnífica noche para olvidar.

Sobre las 8:00 estábamos en la terracita del hotel degustando un desayuno muy normalito pero bastante completo. Y una hora más tarde pusimos rumbo hacia otra de las impresionantes Gargantas que rodeaban la zona, la del Todra. En este caso el camino hacia ella era muy normalito pero de repente nos encontramos con unas paredes enormes que dieron paso a un estrecho camino asfaltado pegado a la ribera del río. Estábamos casi solos, ni los puestos de recuerdos estaban todavía colocados. Lo cuál hizo que lo disfrutásemos mejor, con más tranquilidad y con un silencio increíble. Después de sacarnos centenares de fotos, cogimos el coche y seguimos hacia delante, atravesando la Garganta y sus increíbles paisajes, pero llegó un momento en que la carretera se empezó a fastidiar y como era todo muy parecido decidimos darnos la vuelta.

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De camino hacia Boumalne, dejamos aparcado el coche en el arcén y en un pueblo que estaba abandonado, hicimos una excursión entre cultivos, palmeras y atravesamos el río, para llegar hasta la kasbah abandonada. Una auténtica pasada ver como estaba construído. Se apreciaba perfectamente la paja en medio del barro para levantar las casas. La mayoría de ellas estaban medio derruídas. Como todavía era pronto, hicimos otra parada en Tinerhir y nos recorrimos los mercadillos que estaban en medio de la plaza, en donde dimos con un chico que había estado trabajando en Ziérbena y hablaba perféctamente castellano. Con lo que nos informamos y enteramos de muchas cosas interesantes.

La temperatura ya estaba empezando a llegar a cotas extremas, 39º, por lo que decidimos que la piscina del hotel con un buen menú era la mejor opción que podíamos tomar. A la noche bajamos al pueblo a hacer unas compras para disfrutar de la terraza. Y tras unas cartas y un poco de charleta, acabó el día anterior al que esperábamos como unos de los puntos álgidos del viaje. Dormir en el desierto.

B.F.F.F.

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