Amanecimos un tanto cansados, ya que la noche fue un poco dura. Se nos ocurrió tirar los colchones al suelo para hacer más grande el espacio de dormir y fue la peor idea que pudimos tener. Si Iker se movía y no paraba quieto, lo de Noa ya era para sacarla de la habitación y que durmiera a la intemperie 👿 Que si un brazo encima, que si un codo en la cara, que si patada en el estómago cuando ya habías vuelto a conciliar el sueño, ….. vamos nada recomendable estar a menos de un metro de distancia de ellos y con algo que haga de parapeto en medio. Aún así los queremos 😉
Después de un desayuno calentito y revitalizante, nos dimos un garbeo por el pequeño pueblo costero de Djúpivogur. No tenía nada del otro mundo, pero lo tenía todo. Las casas de madera de colores, los barcos pesqueros en el embarcadero, las montañas nevadas rodeandolo y el mar al otro lado con el sol matutino golpeándole, le daban un toque bucólico de postal. 5 minutos después (es broma por lo menos fueron 10…. 😀 ) nos pusimos en marcha hacia el norte por la costa.
El paisaje que íbamos dejando a nuestro paso es imposible explicar con palabras, ya que entraría en continuas repeticiones, así que lo mejor es dejar unas fotos y que cada uno saque sus conclusiones pertinentes.
El tiempo nos acompañaba otra vez, pero las temperaturas, aunque el sol estuviese en lo alto, no pasaban de 1º. En Breiddalsbrík hicimos una parada técnica para echar gasolina (6.500 Kr a 212 Kr/L) y aprovisionarnos de comida en el súper (4.800 Kr, leche, macarrones, cervezas, agua, embutido, patatas y aceite). Aunque nuestra idea era seguir por la que en nuestro mapa ponía la carretera 1 de circunvalación, atravesando por el medio, debido al mal tiempo que había habido antes de que nosotros llegáramos, estaba cortada. Así que continuamos por la costa. Más kilómetros pero también mejores vistas, hasta Fáskrúdsfjördur. Al pasar vimos que la habían rebautizado como la carretera número 1. La del interior ahora era la 95.
Atravesamos un largo túnel de unos 6 kilómetros para llegar hasta Reydarfjördur. Desde allí hasta Egilsstadir había poco más de 30 kilómetros, que los hicimos con la carretera en muchos tramos nevada y los montes de alrededor blancos como la tiza.
Como era pronto, antes de ir al hotel, decidimos bajar por la carretera 931, bordeando el Lagarfljót, para ir a ver la cascada de Hengifoss. El día se estaba empezando a fastidiar y ya sin sol el frío era considerable. Aún así el Dios eolo se apiadó de nosotros y nos permitió hacer la ascensión hasta la cascada con algunos resquicios de sol. La subida era un poco dura, pero como en toda Islandia, el esfuerzo tenía su recompensa. Anduvimos unos 4 kilómetros hasta la cascada, pero el final estaba tan lleno de nieve y hielo que era imposible pasar. Mientras Usu y yo nos sentamos a disfrutar del paisaje, los enanos bajaron hasta una zona del río que estaba helada y se lo pasaron en grande tirándose bolas y uno encima del otro.
De vuelta en Egilsstadir, fuimos hasta el hostel que teníamos cogido para hacer el check-in. Laufás guesthouse, 185 € (no comment). Estaba en medio del pueblo, por cierto, uno de los más grandes en los que habíamos estado. Era el típico hostel, con cocina para hacerse uno la comida y unas cuantas mesas también en el salón. Las habitaciones no eran muy grandes pero tampoco pequeñas y el baño era compartido. Aún así, no sé que tenían allí los sitios que hacía que te sintieras como en casa, aunque estuvieras rodeado de desconocidos. Aquí fue donde coincidimos con más gente, sin contar la capital.
Quedaban todavía un par de horas para anochecer. Así que de nuevo en el coche, nos acercamos hasta el fiordo de Seydisfjördur, que lo ponían como uno de los más bonitos. Media hora de camino, subiendo la montaña, con – 9º de temperatura, la carretera congelada por muchas zonas y más de 2 metros de nieve a los lados que había ido quitando el quitanieves. Aquí nos asustamos un poco por el hielo, pero en cuanto nos pusimos encima, las ruedas con clavos que tenía el coche, hizo que pasáramos sin ningún problema.
El fiordo era chulo, pero después de haber admirado los de Noruega, estos se quedaban un poco escasos. Volvimos al hostel ya de noche, jugamos un poco, los críos hicieron deberes, cenamos unos ricos macarrones y seguido a la piltra que había sido una larga jornada.
B.F.F.F.