Llega el ferry que nos iba a llevar a la isla de Neil más o menos a su hora. Parece un autobús a la hora de embarcar y desembarcar, ya que en cuanto han bajado los que llegaban, suben los que estaban esperando y seguido se pone en marcha. El ferry es muy viejo y está bastante sucio. En cuanto llevamos un rato de trayecto empiezan a salir cucarachas por todos lados. Algunas se subían encima de los asientos. Los lugareños no les daban la menor importancia, pero a nosotros un poco de repelus ya nos daban. Nos pasamos las algo menos de 2 horas de viaje, controlando que no se nos subiera ninguna por encima ni que se metieran dentro de las mochilas. Iker y Noa debían haber sido entomólogos en otra vida, porque lejos de darles asco, intentaban cogerlas y se tumbaban en el suelo a jugar como si nada…..La verdad es que envidio a la gente que no les da asco cualquier tipo de bicho.
Nada más bajar del barco y poner un pie en la isla, ya se respira una paz y tranquilidad absoluta. Pasamos de nuevo por el control de permisos. Tenemos que darles el papel y los pasaportes para que los apunten en el libro. Esta vez somos los únicos extranjeros que íbamos en el barco. Fuera nos están esperando los dueños de algunos alojamientos. Como no hay mucho para elegir en esta isla, llevábamos mirado con antelación el Kalapani beach resort. Aunque por los nombres parece que son resorts de lujo, de eso nada, son simples guest house, pero para nosotros eso es lo bueno de estos sitios. Allí estaba el dueño. Nos lo ofrecía por 600 R. la noche y 100 R. por el tuk-tuk hasta el hotel. Casualidad habíamos leído una opinión en un blog en el que decía que se había alojado en ese mismo sitio por 400 R. la noche, así que se lo dijimos y sin poner ninguna pega lo aceptó. Además nos rebajó el tuk-tuk a 50 R.
El hotel está compuesto de unas cabañas de bambú muy chulas al lado de la playa número 3. Tienen baño dentro, un poco viejillo, y una cama enorme con mosquitera . Un jardín con unas hamacas para relajarse más todavía y la zona de comer en donde tienen libros y algún que otro juego.
Dejamos todo en la habitación y raudos y veloces, nos encaminamos directos a la playa a darnos nuestro primer baño. Hay que alejarse un poco hacia la izquierda del mar, ya que al principio está todo lleno de corales muertos y árboles caídos como consecuencia del tsunami. Pero en 5 minutos se llega a una playa pequeñita con el agua templada y transparente, que tiene mucho encanto.
Después de una ducha de agua fría, aquí el agua caliente era cuando te bañabas en el mar, vamos a cenar. Había un par de extranjeros más y nos sentamos en la misma mesa a charlar un poco. Al de un rato se nos unió el dueño del hotel y nos pasamos una velada de lo más entretenida. Mientras, Iker y Noa jugaban con los hijos de los dueños que tendrían una edad parecida. La comida estaba deliciosa, sobre todo unos sandwiches rellenos hasta los topes y super picantes. Cosa que mis tripas lo notarían a lo largo de la noche. Los precios eran muy económicos. Se pagaba todo el último día de la estancia.
Cuando ya estábamos todos empezando a abrir la boca, nos fuimos retirando poco a poco a la habitación a descansar. Al ir al baño, descubrimos un inquilino que nos acompañaría en toda nuestra estancia en la isla de Neil, un enorme sapo que desaparecía y volvía a parecer cuando le venía en gana. Como estaba tranquilo y a los niños no les daba ningún miedo, allí lo dejamos como animal de compañía.
La noche por fin empezaba a ser tranquila, realizamos unas cuantas visitas al sr. roca, pero nada que ver con los días anteriores. Me despierto el primero y viendo que estaban todos soñando con los angelitos, me pongo el bañador y me voy a pegar el primer chapuzón del día. Todavía está amaneciendo y es una gozada ver como va despuntando el sol a través de las palmeras mientras estoy en el agua. Aunque es muy temprano, en cuanto sale el sol empieza a cascar de lo lindo.
Vuelvo a por los angelitos soñadores y ya estaban preparados para ir a desayunar. Nos ponen unos tazones con cereales y unas tostadas con mantequilla y coco. Otra vez todo excepcionalmente rico. Este será nuestro desayuno estrella mientras estemos en Neil.
Vista la buena experiencia que habíamos tenido con la moto en Havelock, ni lo dudamos un momento en volver a coger otra. En el mismo alojamiento le dijimos al chico y nos la alquiló por 400 R. el día. Así que una vez que teníamos nuestra Harley Davidson, empezamos a recorrer la isla. Primeramente pasamos por el medio del pueblo a aprovisionarnos de matamosquitos, papel higiénico, bebidas, chocolatinas, …… y de allí nos fuimos hasta la playa número 1, al noroeste de la isla. Al igual que la número 3, tiene un montón de rocas y corales muertos, por lo que para bañarse es un tanto engorrosa a no ser que esté la marea alta. Aún así es preciosa. Nos tumbamos debajo de una palmera a observar como cientos de ermitaños pululaban por la playa. Algunos de ellos tenían luchas encarnizadas por ver quien la robaba al otro la caracola más grande. Todo un documental de National Geographic.
Con las tripas empezando a cantar, nos acercamos hasta el hotel que está justo al lado de la playa, el Blue Sea. El único que tiene wifi de toda la isla, aunque era imposible mirar nada por su lentitud. Pedimos una ensalada que estaba malísima, unas patatas fritas que estaban sosísimas y unos sandwiches que estaban casi vacíos, con unas sodas que no tenían nada de gas. Todo por 350 R. Fue barato para ser un hotel, pero malo hasta decir basta. Y eso que habíamos visto buenas opiniones por internet.
Volvimos a nuestra playa y allí mientras Noa se echaba una siesta y nosotros nos bañábamos, Iker hacía deberes, ya que al habernos ido una semana antes de las vacaciones de Semana Santa, había tenido que traer lo que no iba a hacer en clase. Pero vamos que ya me apuntaba yo a hacer deberes en una isla paradisíaca, en la playa, en medio del Océano Índico.
Tras un día muy aprovechado, vuelta al hotel a cenar. Esta vez cenamos unos noodles y unos trozos de pollo, que de nuevo estaban riquísimos, aunque me quedé con las ganas de volver a comerme esos deliciosos sandwiches. Mientras cenábamos, el sitio estaba lleno de salamanquesas que se estaban poniendo tibias con las polillas que volaban alrededor. Era muy divertido verlas sacar esa pedazo lengua y zampárselas.
Por fín la noche iba a ser tranquila y sin sobresaltos, lo que hace que nos levantemos el día que más tarde desde que habíamos llegado a las islas, las 8:30. Mientras la familia desayunaba y para apurar bien el día, yo aproveché para acercarme hasta el embarcadero a coger los billetes del ferry para el día siguiente. Allí me encontré con el que nos había acercado al hotel en tuk-tuk y me dijo que hasta el mismo día no se podían coger. Pero aprovechando quedé con él para el día siguiente para que nos llevara hasta el ferry con las mochilas.
El día anterior el dueño del hotel nos había hablado de un arco natural que hay en la playa número 2, así que el día lo empezamos yendo hasta allí. Está en la zona suroeste de la isla. Al llegar hay un pequeño aparcamiento en el que dejar la moto que te intentan cobrar, pero yo me negué al ver que había unos indios que habían llegado antes y no les habían dicho nada. No puso ninguna pega, así que me imagino que intentó probar si colaba.
Para acceder hasta el puente natural hay que andar un poco por en medio del bosque hasta la playa y pasar una zona de rocas bastante molesta, por lo que es mejor ir con calzado, y unos metros más adelante se ve el arco formado por el agua y el viento. Cuando llegamos había unos cuantos turistas indios, pero se quedaron al lado de las rocas. Pasando el arco se llegaba hasta una calita en la que bañarse. En esa parte de la isla el agua estaba ardiendo.
De vuelta a la moto cogimos unos cocos a un chico que estaba allí. Los preparaba para beber el líquido y luego los abría para jamarse lo de dentro. 30R cada uno. A Iker le encantó el líquido. De allí fuimos a un sitio en el medio del pueblo que servían comidas . Unos noodles, patatas, arroz y una botella de agua, por 300 R.
Todos los días pasábamos por delante de una escuela y se veía a los niños desde fuera, y a Usu siempre que estamos lejos de casa le gusta ver como dan las clases en otro lugares del mundo, defecto profesional. Así que pidió permiso para entrar, habló un poco con el profesor y tomó algunas fotos.
Nos surtimos otra vez de chocolatinas y chupitangas varias y nos acercamos hasta la playa del embarcadero, la número 4. Aunque esté cerca de donde atraca el ferry, el agua está limpísima, no tiene nada que ver con lo que nos podemos imaginar de nuestros países. No es espectacular pero está chula. Lo que no nos gustó es que hay mucha suciedad por la arena y un montón de perros callejeros dando un poco por saco.
Cuando se estaba poniendo el sol, cogimos la moto a toda leche y nos fuimos hasta la playa número 1 que era desde donde se veía bien. Justo en la esquina de la isla. Había un par de chiringuitos para picar algo. Nos comimos unas brochetas de pollo muy ricas por 20 R. cada una e Iker otro coco, ya que le había encantado el anterior. Sentados en un tronco mirando al mar, fuimos viendo como el sol poco a poco iba descendiendo y ocultándose entre unas pocas nubes que se habían congregado para darle unas tonalidades todavía más bonitas a esa maravillosa puesta de sol.
Nuestro último día completo en el paraíso lo íbamos a pasar, como no, disfrutando de estas maravillosas playas que ya no íbamos a volver a ver más. La única que nos quedaba por conocer, era la número 5 y sin duda la más bonita para nosotros. Al igual que todos los días que pasamos en Neil, la marea estaba baja y dejaba al descubierto muchas rocas y corales muertos, lo que hacía un poco complicado bañarse, pero eso mismo fue lo que nos impulsó a seguir más adelante por la playa, saltando rocas enormes y otras que no se podían salvar por arriba metiéndonos en el agua para rodearlas. Todo esto tuvo su fruto, y fue llegar a una cala preciosa, resguardada de las olas por un arrecife de coral que había al fondo y lógicamente para nosotros solos, salvo un par de pescadores que había en medio del mar.
Estuvimos todo el día allí metidos disfrutando de nuestro paraíso particular. Acabamos las provisiones que habíamos llevado y además la marea estaba empezando a subir, con lo que no nos quedó más remedio que volver a la realidad. Paramos a comer de nuevo en el pueblo donde el día anterior, y el resto de la tarde lo pasamos holgazaneando entre la playa del hotel, la terraza y las hamacas. En eso consistía el estar en estas islas perdidas de la mano de Dios.
Como no queríamos arriesgarnos a coger el ferry de la tarde y que hubiera algún problema, preferimos salir en el de las 8:45 y luego ya daríamos una vuelta por Port Blair. Así que a las 5:30 de la mañana me levanté para ir a por los billetes, ya que me habían dicho que la oficina la abrían a las 6:00. Pero al llegar allí no había nadie. Aproveché para pasear por el muelle completamente solo. Es una pasada la tranquilidad y armonía que desprende esa isla. Saque unas copias de los permisos en una tienda que había al lado del puerto y volví a la oficina. Sólo había un par de personas y fue rápido. 1.600 R. por los billetes. Me dió la impresión de que te cobran los que les sale de las narices, porque en ningún barco pagamos lo mismo y tampoco lo que ponía en las tarifas oficiales. De vuelta, en el centro del pueblo, me encontré con lo que parecía ser la lonja de pescado. Un hombre con un machete, una tabla y un taburete cortando el pescado para los pocos clientes que allí se congregaban. Resultó algo curioso de ver.
Desayunamos y pagamos la cuenta que habíamos ido engordando día a día. Cenar y desayunar 4 días, 4 personas y alguna cosa de picoteo por menos de 3.000 R.
Iker y Noa nos preguntaron a ver si les podían regalar a los hijos del dueño, con los que habían jugado todos los días, los libros de pintar y las pinturas que nos habían dado en el avión. A Usu y a mí, se nos cae la baba escuchándoles decir eso. Los enanos se quedan encantados con el regalo. Mientras tanto nos despedimos del dueño y le damos gracias por su gran hospitalidad y por habernos hecho sentir tan a gusto en un lugar tan recóndito.
Con un poco de retraso llega el tuk-tuk con el que había quedado el día anterior y casi llegando al embarcadero vemos que hay un barco que está pitando como para salir. A toda leche cogemos las mochilas y a los críos y salimos escopetados a por nuestro barco, aunque justo cuando llegamos se está empezando a separar del puerto. Le chillamos para que vuelva y un hombre que había allí mirándonos un poco asombrado, nos pregunta a ver a donde queríamos ir, le decimos a Port Blair, y con mucha calma, nos extiende el dedo índice y nos señala hacia el lado contrario, miramos y vemos otro barco que se acercaba hacia nosotros. Ese era el nuestro y no el que se iba.
Montamos en el ferry y en algo menos de dos horas llegamos a Port Blair
B.F.F.F.