Terminada nuestra increíble visita al Taj Mahal, volvíamos a poner los pies en la capital del país. Esta vez era para ir al aeropuerto y despedir a uno de los integrantes de este viaje. Usu, tenía que trabajar la siguiente semana, así que se volvía en el vuelo de las 2:30 de la madrugada. Cogimos un taxi por 300 R. desde la estación de trenes hasta el aeropuerto, con tangana incluída entre los taxistas por ver quién era el que nos llevaba. Lo que nos hizo suponer que aunque el precio lo habíamos rebajado desde 550 R. , nos la habían seguido colando.
Comimos algo y aunque era más caro que en la ciudad seguía siendo un auténtico chollo. Eran las 18:30 y todavía quedaban más de 8 horas para su vuelo y más de 11 para Edu y yo, que de allí cogíamos un vuelo hasta Bombay para seguir disfrutando del maravilloso país.
Sobre las 00:30, Usu entraba a hacer el check-in. Nosotros no la podíamos acompañar porque solo dejaban entrar a la terminal a las personas que tenían billete. Con pena por la despedida, pero afortunada porque iba a poder ver ya al enano, nosotros cogimos un autobús hasta el aeropuerto de destinos nacionales por 15 R. cada uno. Estaba a unos 6 kilómetros de distancia. Cuando llegamos no había casi nadie y estaba todo apagado. El primer vuelo era el nuestro y todavía quedaban 4 horas para la salida, así que nos acurrucamos en una esquina y aprovechamos a dormir un poco.
Por fin llegaba la hora de embarcar. El vuelo era con la compañía Go Air y como iba poca gente, nos ofrecieron al vernos lo más grandes, el ponernos cada uno en una fila solos. Lo que nos vino de maravilla para continuar con el sueñecito que habíamos dejado a medias. Los dos billetes nos habían salido por 5.400 R.
Por fin en Bombay, de nuevo regateamos un taxi por 300 R. hasta la zona de Colaba. Por el camino el taxista no dejó de pedirnos más dinero porque allí los precios eran muy baratos. Al llegar le dimos una pequeña propinilla debido a todas las penurias que nos contó de su vida. Fueran ciertas o no, allá él con su conciencia. El primer hotel en el que entramos a preguntar, Bentley´s Hotel, fue en el que decidimos quedarnos. Aunque estaba un tanto anticuado las habitaciones eran correctas para nuestro stándar. Nos pidió 1.280 R. de primeras y ahí se quedó, porque con el cansancio que teníamos ni nos apetecía ponernos a regatear. Además tenía desayuno incluído. Subimos todo a la habitación y nos tumbamos un poco a descansar ya que todavía eran las 8:00, pero nos quedamos completamente dormidos y hasta las 14:00 no volvimos a ser personas.
Después de una reconfortante y reparadora ducha, nos preparamos para patear la ciudad. Comenzamos por la India Gate, que nos quedaba cerca del hotel. Situada al lado del mar, en una plaza muy grande y al lado del histórico hotel Taj Mahal, la Puerta de la India es una zona muy bonita para pasear y ver todo el ambiente que la rodea. Su construcción tardó casi 13 años en terminar y fue construida en honor a la primera visita realizada por el Rey Jorge V y por la Reina María a la India en 1911.
Desde allí comenzamos a callejear y acabamos en la Estación Central. La «Chhatrapati Shivaji Terminus» es una auténtica maravilla. Su fachada es preciosa y después de haberla visto tantas veces en la tele, impresiona más todavía el tenerla delante. Y por dentro, su tamaño y la cantidad de gente en continuo movimiento de un lado hacia otro, también es algo que merece la pena vivirlo. Empezó a ser construida en 1787 durante el imperio británico y en 1887 fue finalmente abierta al público. Fue bautizada en 1887 como Estación Victoria, en honor a la reina Victoria emperatriz de la India, y renombrada en 1996 como «Chhatrapati Shivaji Terminus» en honor a Chhatrapati Shivaji, a petición del ministro de los transportes de la época. El 8 de diciembre de 2016 fue añadido el término «Maharaj» al nombre oficial de la estación tras una iniciativa del Gobierno de la India. La estación tiene un total de 18 plataformas, 7 para trenes locales y 11 para fuera de Bombay. En 2004 fue declarado como Patrimonio Mundial por la Unesco.
Seguimos nuestro recorrido por la ciudad, rodeándola por el precioso paseo que discurre pegado a la playa de Chowpatty, Marine Drive. La playa estaba más contaminada que la ría de Bilbao hace 20 años, pero aún así los locales estaban con los pies en el agua y sacándose fotos por doquier. La zona tenía mucho ambiente y había muchos puestos callejeros y restaurantes. Aprovechamos y entramos a un Pakistaní a merendar-cenar. Nos pusimos las botas de una comida deliciosa, pero que no teníamos ni idea de lo que era, porque decidimos que fuera el camarero el que nos sirviera lo que diera la gana. Nos salió por 460 R.
Con el cuerpo reventado, optamos por finalizar el día. Así que cogimos un taxi que nos llevó hasta el hotel. Al llegar y ver el taxímetro nos quedamos sorprendidos, sólo marcaba 5 Rupias. Pero tenía trampa, sacó un papel en el que había una tabla de conversión y al final el trayecto nos salió por 77 R. Aún así muy barato para toda la distancia que hicimos.
Sin decirnos casi ni buenas noches, nos tumbamos en la cama y dormimos como niños buenos que no habían roto un plato en su vida 😉
Aunque descansados, las tripas me habían jugado una mala pasada. Tal vez el calor que hacía y dormir en pelotingas para después poner el aire acondicionado a tope, no había sido muy buena idea 🙁 Con unos retortijones y dolores increíbles, poco a poco se me fue pasando. Bajamos a desayunar, aunque yo casi ni lo probé y de allí nos fuimos hasta la Puerta de la India, que era desde donde salían los barcos para ir a visitar la Isla Elefanta.
Situada a 10 kilómetros de tierra, la isla posee unos cuantos templos – cueva tallados en la roca. Tiene ese nombre debido a una escultura de un elefante que los portugueses encontraron en la entrada a las cuevas en el siglo XVI. Había que coger un ferry que nos acercaría hasta la isla por 160 Rupias ida y vuelta. El trayecto era de una media hora más o menos, siempre que no hubiera ningún percance. Pero al nuestro, a mitad de camino se lo rompió el motor. Parecía que no lo tenían previsto que pudiera pasar, porque lo único que hicieron fue esperar a ver si se acercaba otro para que les ayudara. Como eso no pasaba, el barco se estaba yendo por la corriente, con tan buena suerte que a no muchos metros de nosotros había un mega-barco de carga. Cada vez nos íbamos acercando más a él y cada vez nos íbamos, todo el pasaje, poniendo más nerviosos. Sacando la mano, agitando pañuelos y gritando, a lo lejos vimos un barco igual que el nuestro que se acercaba a socorrernos. Nos tiraron un cabo y amarrándolo a nuestra embarcación conseguimos seguir nuestro camino. Nos habíamos quedado a no más de 20 metros del otro barco y los nervios habían aflorado en todos los pasajeros. Suponemos que sería porque en estos países es muy poca la población que sabe nadar.
Al llegar al embarcadero, había la posibilidad de recorrer un corto trayecto en un minitren por 20 Rps. Para llegar hasta las cuevas, había que subir un buen rato por unas escaleras llenas de puestitos a los lados. También había un montón de monos ligeramente agresivos. Una pareja que estaba comiendo un par de sandwiches tuvieron que tirárselos porque dos monos se pusieron en medio sacando los dientes y hasta que no se los dieron no se fueron. Para subir, también se podía hacer al estilo Maharaja, en un trono llevado por personas. A nosotros nos pareció bastante indigno, pero hubo mucho gente que lo hizo. Costaba 300 R. Había 5 cuevas, las cuáles eran bastante sosas salvo la principal, en la que había figuras muy grandes talladas de Shiva, uno de los dioses hinduistas. Lo bonito era la tranquilidad que se respiraba y las vistas de la ciudad de Bombay. La entrada costaba 250 R.
Sobre las 18:00 estábamos de vuelta. Ahora teníamos que coger un tren que nos llevaría hasta Goa, la zona en la que habíamos previsto descansar los últimos días del movido viaje que estábamos haciendo. El tren salía desde la estación de Panvel y al preguntar nos dijeron que tardaríamos unas 3 horas en llegar, lo que nos dejaba con el tiempo justo. Volvimos rápidamente al hotel a por las mochilas y buscamos un taxi. Nos querían cobrar 600 R. Y al vernos tan apurados estábamos dispuestos a pagarlas hasta que se nos acercó un indio que se había quedado escuchando lo que nos pasaba. Nos dijo que ni se nos ocurriera pagar ese dineral, que fuéramos a la estación central y que allí podríamos coger un tren directo a Panvel que salían de manera continuada y no nos costaría más de 15 R. Agradeciéndole el detalle nos pusimos en marcha.
En la estación cogimos los tickets por 15 R. y en menos de 10 minutos ya estábamos montados en dirección a nuestra correcta estación. La experiencia fue increíble. Las imágenes que se ven en la tele de todos metidos en los vagones como latas de sardinas lo vivimos en primera persona. Te empujaban, te pisaban, gritaban, ….. de todo por entrar en un vagón donde ya no cabía ni un alfiler. Menos mal que nosotros éramos altos y estábamos por encima de todos porque sino habría sido un agobio tremendo. Además en ese momento las tripas que se habían portado bien durante todo el día, volvieron a rugir con ganas y cuando estaba a punto de bajarme con la consiguiente posible pérdida de nuestro tren a Goa, encontré un resquicio para escabullirme y me pude sentar en una zona en la que en vez de dos millones de personas, sólo habría millón y medio.
Casi dos horas después llegábamos a la estación de Panvel. Y como la Ley de Murphy la conocemos todos, el tren venía con retraso y nos tocó esperar de nuevo. Se estaban convirtiendo en las vacaciones de la eterna espera.
B.F.F.F