París, Francia
22/02/2018Siguiente destino….????
21/03/2018Para poner punto y final a nuestra escapada parisina, la vuelta la empleamos en disfrutar de unos preciosos pueblos al sur de Francia en las regiones de Lemosín, Dordoña y Quercy. Una zona preciosa que sin duda merecerá una segunda visita, pero esta vez con unas temperaturas más templadas.
Tras finalizar nuestra visita a París, a media tarde y para no tener mucha caravana decidimos ponernos en marcha. Salimos al igual que habíamos entrado, fácilmente y sin ninguna pérdida. Aunque la salida la hicimos por todo el centro de la ciudad, ya que al gps le dió por hacer de guía turístico y nos paseó por las zonas que no habíamos visitado los días anteriores.
Sobre las 21:30 paramos a las afueras de un pequeño pueblo, en un aparcamiento, a pasar la noche. Teniendo en cuenta que se hacía de noche sobre las 17:00 y que ya íbamos por carretera y no autopista, preferimos descansar, cenar, jugar un poco y relajarnos hasta la mañana siguiente.
El primer pueblo que aparecía en nuestra ruta de retirada iba a ser un tanto especial. Se llamaba Oradour Sur Glane y distaba poco más de 20 kilómetros de la gran ciudad de Limoges. Este pueblo era tristemente famoso por haber sido totalmente aniquilado, de una manera atroz, durante la segunda guerra mundial. Un alto mando de las SS creía que en ese pueblo se ocultaba gente de la resistencia y un arsenal de armas. Mandó fusilar a todos los hombres. A las mujeres y niños los metieron en la iglesia, a la cuál prendieron fuego. A los pocos que intentaron escapar, los soldados, apostados a las afueras con metralletas, los dispararon sin ningún tipo de compasión. Después quemaron todo el pueblo. Es más o menos lo que se cree que pasó, tras la versión de unos pocos supervivientes que pudieron esconderse. Murieron 642 personas de las que más de 400 fueron mujeres y niños.
Hoy en día el pueblo está tal y como lo dejaron aquel 10 de junio de 1944. Según se entra hay un pequeño museo con fotos y vídeos explicativos de lo que pasó. Una vez que se atraviesa la puerta que da acceso al pueblo uno se queda totalmente anonadado de lo que ve. Coches de la época calcinados en medio de la calle, las casas derruidas y restos de camas, máquinas de coser, enseres, …. dentro de ellas. Algunas fotos recordando a las familias que allí padecieron ese horror. También hay un pequeño cementerio. Pero una de las cosas que más nos impresionó, sabiendo lo que había pasado, fue entrar en la iglesia derruida e imaginarse el infierno que debieron haber pasado aquellas personas. Supusimos que sería debido a las fechas, pero estuvimos completamente solos en las dos horas que recorrimos el complejo, lo que hizo que le confiriera a la visita todavía mucha más sensación de «miedo» y como malestar interno. La entrada costaba 7,80 € para la exposición pero no había que pagar nada para ver el pueblo.
Con el cuerpo un tanto extraño después de lo visto y de las tantas preguntas de los críos respecto a porqué alguien podía haber hecho esas cosas, cogimos de nuevo la furgoneta dirección sur hacia La Roque Gageac. Tras casi 200 kilómetros de bellos paisajes, llegamos a uno de los pueblos más bonitos de toda Francia. Estaba situado debajo de un acantilado y pegado al río Dordoña. Sus casas y calles estrechas y empinadas, parecían sacadas de una película medieval. Con el tiempo acompañándonos, dimos un precioso paseo por el Portugalete francés. De nuevo se notaba la temporada bajísima en la que estábamos, ya que salvo un par de coches más, el pueblo estaba vacío. Todos los hoteles y restaurantes estaban cerrados a cal y canto.
Aprovechamos el increíble paraje para comer en unas mesitas al lado del río, mientras el sol pegando en nuestros cuerpos nos hacía todavía más grato ese momento. Una de las actividades que se ofrecían en la zona era recorrer el río Dordoña en Kayak. Pero sólo en la temporada de verano, con lo que nos quedamos un poco desilusionados, ya que tenía que ser una pasada ver esos paisajes desde el agua y solos. 8 € por una hora. Aunque también había recorridos de 9, 16 y 25 kilómetros con vuelta en autobús, por 16, 21 y 26 € por persona. Los menores de 12 años pagaban el 50 %.
Nuestra última parada del día sería otro pueblo que también nos dejaría sin palabras por su belleza y la que lo rodeaba, Saint Cirq Lapopie. Condujimos otros 100 kilómetros más hacia el sur y ya casi haciéndose de noche llegamos a destino. Lo primero que hicimos fue buscar un sitio donde pasar la noche. Había un camping abandonado en la base del pueblo al lado del río, pero tapados por los montes del posible sol del día siguiente y cerca de agua, nos hizo que decidiésemos buscar otro sitio menos «refrescante». Subimos al centro del pueblo y había unos cuantos parkings, todos de pago, menos uno que quedaba justo encima de él. Había un par de autocaravanas y aunque había un cartel en el que ponía que no se podía pasar la noche, le preguntamos a unos policías que pasaron en coche un poco después y nos dijeron que no nos preocupásemos, que eso era para los meses de verano cuando había muchos turistas.
Así que como ya estábamos situados, salimos a dar una vuelta de reconocimiento. Hacía un frío enorme, 1º C., y el cielo completamente despejado lo que nos presagiaba que la noche iba a ser dura como sacásemos una mínima parte de nuestro cuerpo por fuera de las mantas. Volvimos a la furgo a cenar y después de jugar y leer un poco, nos acurrucamos como osos que van a pasar el largo invierno hibernando.
La mañana siguiente, nos despertó un cálido haz de luz que atravesaba las cortinas que no habían sido bien cerradas. Fuí el primero en levantarme y salir al exterior. El sol era engañoso, ya que hacía – 3º C. ¡¡¡Qué temperatura habríamos soportado durante la noche……!!! Pero bien abrigado, con gorro y guantes me acerqué hasta el acantilado desde el que se veía el pueblo y el río que lo bordeaba por debajo y la vista que tuve fue espectacular. Había una niebla baja, que dejaba sólo al descubierto los tejados de las casas, mientras toda la planicie estaba completamente tapada por la niebla.
Desayunamos un reconfortante cola cao con galletas y tostadas, todo a 186 grados centígrados (para compensar) y nos fuimos a recorrer el pueblo. Situado en el valle de Lot, se trata de un pueblo medieval, a 100 metros sobre el río del mismo nombre y con unas peñas que lo rodean. Sus calles son adoquinadas, fachadas góticas y puertas fortificadas. En el año 2012 fue considerado como el pueblo favorito de los franceses, y sin que sirva de precedente, en esto les doy la razón 😉
Maravillados con tanta belleza y ya templados con el día más avanzado nos dirigimos hacia Cahors. Por los alrededores había unas cuantas cuevas – grutas, como la de Pech Merle, que debían ser una pasada, pero que en invierno estaban cerradas. Una buena excusa para repetir en un próximo viaje.
En Cahors disfrutamos de un pueblo tranquilo, con un casco antiguo chulo y su pequeña aunque preciosa catedral de Saint Etienne. Degustamos unos ricos crepes en la plaza del pueblo, mientras paseábamos por el mercadillo que había en sus calles. Nos acercamos hasta el puente medieval que se elevaba sobre el río Lot y de allí empezamos a finalizar la que iba a ser nuestra estancia en Francia.
La última etapa la haríamos en el costero y surfero pueblo de Guethary. A 500 kilómetros de Cahors y poco menos de 20 con la frontera. Dormimos en un aparcamiento al lado del mar y al día siguiente tras un pequeño paseo, ya que esta vez estábamos regresando a Mordor y el tiempo volvía a ser el que estábamos acostumbrados, pusimos esta vez sí el punto y final a una pequeña aventura que nos había hecho experimentar una manera diferente de viajar y que sin duda nos había encantado. Ahora solo faltaba que nos tocara la primitiva para poder llevarla asiduamente a cabo 😉
Aunque por desgracia el final del viaje tuvo un desenlace totalmente inesperado para nosotros. Al ir a devolver la furgoneta, no había nadie en las instalaciones. Les llamamos y de muy malos modos nos dijeron que ahora no podían ir porque estaban haciendo otras cosas y que teníamos que haber avisado con antelación, que precisamente era lo que estábamos haciendo, pero bueno… Tardaron más de una hora en llegar y bajo un aguacero, en el que el diluvio universal sería un pequeño sirimiri, el chico se puso a revisar la furgoneta por fuera. De repente, nos llamó muy alterado señalando el parachoques. «Muy bonito», le digo. «No, que tiene un rasguño». Cuál fue nuestra sorpresa, que debajo del barro que tenía, había conseguido ver una pequeña muesca. Le dijimos que eso no lo habíamos hecho nosotros ya que no nos habíamos dado ningún golpe, además de que había que tener mucha imaginación y una vista de lince. Pues empeñado en que habíamos sido nosotros y que lo teníamos que pagar. Pero lo mejor es que nos decía que tenía que desmontar todo el parachoques para luego pintarlo y no sé que cosas más, porque llegó un momento en el que nos dimos cuenta que nos la habían intentado meter doblada. Había ido directamente a ese ínfimo rasguño y en ningún momento se había preocupado por mirar nada del interior. Tanto baño, como asientos, como camas y demás…. Podría haber estado diáfana la furgoneta por dentro y no se habría dado cuenta ya que en ningún momento entró a ver el interior. Lo que nos hizo darnos cuenta de que ya lo tenía planificado de antemano.
Lógicamente nos negamos a pagar, se pusieron muy desagradables y al final nos fuimos. Días después me llegó un correo solicitándome un dineral por el arreglo. Lo pusimos en manos de un abogado (soriatrastoyabogados.com) y consiguió sacarles los colores porque teníamos fotos de antes y diversos emails amenazantes. Además de que no cumplían las normas que debían tener en nuestro país siendo una empresa foránea.
Una pena ese final para un viaje tan bonito.
B.F.F.F.