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Pulau Selayar al sur de Sulawesi (Parte 1)

Una semana en la isla de Selayar, nos iba a hacer enamorarnos todavía aún más de este maravilloso país y de las gentes encantadoras que lo habitan. Sin turistas y con una belleza infinita, esta isla sigue siendo un rincón por descubrir en un mundo tan globalizado.

Dos días después de haber comenzado el viaje, llegábamos por fin al primer destino. Íbamos a pasar una semana descubriendo los encantos de Pulau Selayar.

Sobre las 9:15 de la mañana aterrizábamos en el aeropuerto, por llamarlo de alguna manera, ya que he visto salones de algunas casas mucho más grandes. Las maletas iban en un carri-coche de propulsión humana y allí mismo cada pasajero iba cogiendo su maleta.

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A la salida nos estaba esperando el sobrino del dueño del hotel que habíamos cogido con antelación, aunque no habíamos quedado en nada. El alojamiento estaba a unos 10 kilómetros al sur del aeropuerto y a unos 15 de la capital, Benteng. Se llamaba Tamamelong Cottage y estaba situado en la misma orilla de una preciosa playa. Era una cabaña bastante grande, con 2 camas en su interior con mosquitera, un pequeño baño y un porche enorme. Todo muy minimalista pero limpio y lo mejor el enclave en un paraje idílico. Su precio fueron 330.000 R. por 3 noches. Excesivamente barato para la calidad que tenía y además el desayuno también lo incluía.

Aunque estábamos reventados, decidimos alquilar una moto, 60.000 R., e ir hasta el centro a conocer la ciudad y picar algo. Pero primeramente no desaprovechamos la oportunidad de bañarnos en las aguas cristalinas que teníamos delante. Hicimos un poco de snorkel sin mucho que ver, salvo algunas estrellas, unos cuantos peces aguja y los tan afables peces payaso en sus anémonas.

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Montados los 4 en la moto, nos hizo sentir de nuevo la libertad de estas tierras. El pueblo estaba lleno de gente realizando sus quehaceres diarios y un montón de niños entrando y saliendo de los colegios con sus inconfundibles uniformes de la zona. No sobresalía precisamente por su belleza, pero tenía ese carácter caótico de todas las ciudades indonesias ya fueran grandes o pequeñas.

Paramos a comer en un warung en el que había bastante gente (Leseham Lamongan), signo inequívoco en todas las partes del mundo de que se come bien. Algo que después pudimos constatar. Pedimos como siempre por intuición y esta vez acertamos. 4 platos, 2 botellas de agua y 1 minute maid por 53.000 R.

Con el buche lleno, fuimos a buscar un local donde vendieran tarjetas sim para tener internet, ya que por el trabajo de Usu lo íbamos a necesitar. Y sin querer después nos ayudó mucho, con lo que es bastante recomendable hoy en día. Tras mucho preguntar, dimos con el sitio, pero aunque lo intentamos sobremanera, no nos conseguimos hacer entender. Al final decidimos que volveríamos al día siguiente porque en teoría habría una persona que hablaría inglés.

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Volvimos al bungalow y nos tumbamos a descansar. Eran sólo las 16:00, pero el cansancio acumulado hizo que durmiéramos hasta el día siguiente. Aunque no muy plácidamente, ya que el jet-lag hizo de las suyas y hubo momentos de desvele, incrementado por los cencerros de las vacas que nos rodeaban y por las motos ruidosas que pasaban por la única carretera que había, cercana al bungalow.

Nos levantamos a las 10:00. El amanecer había sido sobre las 6:00 de la mañana. Teníamos ya el desayuno preparado en una mesa en la playa frente al mar. Tostadas, mermeladas, pasteles típicos, plátanos, zumo y café. Bastante bien. Incluso para las hormigas que había en las mermeladas 😉 Es lo que tiene vivir en el campo….

Nos pegamos un baño matutino para desperezarnos, hicimos un poco de snorkel y ví algo que no había visto en la vida. Una serpiente de agua. Al principio me asusté un poco, pero luego la seguí durante un buen rato con la cámara en mano. Al ir a verlo, me dí cuenta de que no había grabado nada. Vaya birria de Spielberg que estaba hecho. Intenté mantener en secreto el descubrimiento al resto de la familia no fuera a ser que se acongojaran y no quisieran bañarse ya más.

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Volvimos al pueblo y esta vez estaba vacío. No nos habíamos dado cuenta que era viernes, el día festivo de la comunidad musulmana. Pero en este país la religión no se la toman de manera radical (en algunas partes sí, como lo que sufrimos en Banda Aceh), así que al llegar a la tienda estaba abierta. Había otra chica, pero con el mismo problema de entendimiento. Conseguimos descifrar que su jefe estaba en la mezquita rezando y que esperásemos un poco que enseguida llegaría. Pero por suerte entró un cliente que se defendía bastante bien en inglés y por fin conseguimos hacernos con la tan ansiada tarjeta. 15 Gb de datos por 100.000 R.

Aprovechamos para preguntarle por como ir hasta el P.N Takabonarate, donde se encontraba el segundo atolón más grande del mundo, pero no nos lo pintó nada fácil. Que fuésemos al puerto y allí preguntáramos. Como no, al llegar, aparte de que no sabían inglés, el buen hombre nos dijo que no tenía ni idea, pero que cerca estaba la oficina de turismo y que allí nos podrían decir.

Con tanto mareo de un lado para otro, decidimos hacer un alto para llenar el estómago y fuimos de nuevo al que sería nuestro centro neurálgico de las comidas durante nuestra estancia en Selayar. Pedimos otros platos diferentes con el mismo resultado final, una delicia. Y sobre todo los críos que se los comían encantados. 56.000 R. Los dueños perdieron la vergüenza del primer día y ya nos pidieron para sacarnos unas cuantas fotos.

En la oficina de turismo nos recibieron como si fuéramos Mr. Marshall, se creó un revuelo enorme. Menos mal que la jefa hablaba inglés :´(  aunque para el resultado final nos dió igual. Nos dijo que sí que era posible ir, pero que la vuelta no nos la podían asegurar un determinado día, ya que el oleaje podía hacer que el barco no pudiera salir en unos días hasta que las aguas volvieran a la calma. El problema estaba en que nosotros teníamos un vuelo de vuelta y no podíamos arriesgar el quedarnos en el P.N. indefinidamente. Así que con mucha pena tuvimos que cancelar uno de los que iba a ser los platos fuertes del viaje.

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Para relajarnos, cogimos la moto y tiramos hacia el norte a Kampung Penyu, donde en teoría había un criadero de tortugas. Al llegar, nos encontramos con unas instalaciones completamente abandonadas, que se caían y eso que había una placa de la inauguración escasos 4 años antes. Aprovechamos su playa y pasamos un buen rato. Aquí empezamos a ver el problema que tienen con la basura y los plásticos. Un sitio paradisíaco estaba completamente deslucido por tanta basura amontonada.

De vuelta al bungalow, paramos en una playa preciosa cercana (Pantai Baloiya) con unos islotes enfrente que durante el día parecían difíciles de acceder, pero que a la tarde con la bajamar se podía ir andando. Había una gran diferencia de agua entre la pleamar y la bajamar.

Disfrutamos de una preciosa puesta de sol desde el porche del bungalow y con una mosquitera ideada por Usu, estuvimos jugando a las cartas. Cenamos y para las 21:00 estábamos todo dormidos.

A la mañana siguiente parecíamos zombis. La noche había vuelto a ser un auténtico horror. A la 1:00 estábamos todos despiertos y no podíamos dormir. Además un gato recién nacido, se había encariñado con nuestra cabaña y se pasó toda la noche maullando en la puerta. 3 veces lo saqué y lo llevé lo más lejos posible, pero era insistente y volvía.

Tras el desayuno, el baño de rigor y un poco de lectura, nos pusimos en marcha para disfrutar de un nuevo día. Lo primero que teníamos que hacer era buscar alojamiento para los siguientes días ya que el plan del P.N. Takabonarate había quedado en agua de borrajas 🙁 y en el que estábamos no había sitio o eso nos dijeron.

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Fuimos al centro, miramos un par de ellos y finalmente nos quedamos con el Rayhan Hotel. 350.000 R. la noche con desayuno incluído, una cama grande y un colchón extra tirado en el suelo. Tenía aire acondicionado y un pequeño baño. Estaba todo muy limpio y nuevo.

Como habíamos desayunado a las 8:00, para las 13:00 ya estábamos hambrientos, así que aprovechando que estábamos cerca de nuestro warung preferido, allí que nos fuimos. 4 platos, agua y sprite por 72.000 R.

Con los deberes hechos cogimos moto en dirección la costa este de la isla, hacia un par de playas muy chulas, Pantai Ngapaloka y Hara. Lo mejor fue el camino que hicimos atravesando pueblos perdidos en medio de una vegetación frondosa y exhuberante. Había hojas de un tamaño más grande que Iker y Noa. En uno de los lados encontramos una araña del tamaño de una mano en una enorme telaraña que ocupaba más de 2 metros cuadrados. La carretera subía y bajaba por unas cuestas tan empinadas que había momentos en los que había que bajarse porque la moto no tiraba y lo mismo al revés ya que los frenos no podían con el peso. Fue una excursión increíble pero hay que reconocer que hubo momentos de tensión por la moto y porque unos pocos días antes habíamos leído que una pitón se había comido a una lugareña y unos meses antes a un chico de unos 25 años. Y con una selva tan frondosa, en la que había momentos que teníamos que agacharnos para no darnos con los árboles, nos entró un poco el cangelo, jiijijiji

Para relajar el cuerpo, volvimos a la playa cercana de nuestro alojamiento y estuvimos un par de horas bañándonos, jugando con los ermitaños y viendo las diferentes especies marinas con el snorkel. Disfrutamos de otra maravillosa puesta de sol y terminamos el día planificando qué podríamos hacer en los días que nos sobraban por el plan fallido.

B.F.F.F.

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