Si Phan Don (las 4.000 islas), Laos

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Si Phan Don (las 4.000 islas), Laos

Después de atravesar la mitad alargada de Laos, haremos una parada en el Wat Phu Champasak, un antiguo centro religioso Jemer declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 2001, para finalmente llegar a la zona de Si Phan Don, conocida como las 4.000 islas. En donde el tiempo se detiene y la magia que desprende este lugar hace que no lo quieras abandonar nunca.

Llegamos a Pakse sobre las 7:30. Unas 11 horas de autobús para hacer 670 kilómetros. Pese a que es grande, con asientos cómodos y muy reclinables, no deja de ser un autobús, y tantas horas para tantos centímetros de cuerpos, se hacen agotadoras. A mitad de camino, hay una parada de una media hora y a partir de ahí, parecíamos dos búhos, no hubo manera de dormir en el resto del trayecto.

Como nuestro destino no era Pakse sino Champasak, a unos 35 kilómetros de allí, teníamos que buscar la manera de llegar. El problema es que sólo había tuk-tuks y un autobús. Viendo que estábamos bastante perdidos, se nos acercó un tipo y nos preguntó por nuestro destino. Según él, teníamos que coger el autobús que estaba allí y que cuando pasase por Champasak bajarnos. Nos pedía 50.000 K. por el billete, pero como tenía un poco cara de mafioso, no me fié mucho y me acerqué hasta el chófer para preguntarle. Aunque no sabía nada de inglés, más o menos nos entendimos y me dijo que sí que era ese el bus y que él nos avisaba cuando bajarnos, pero el precio había fluctuado de nuevo, 40.000 Kips. Aunque también nos estuviese engañando, por lo menos nos timaba en 10.000 K. menos que el otro.

Bajando por la carretera 13, hay un cruce con la 140, y ahí es donde el chófer nos hizo señas para que nos bajáramos. Edu, una japonesa y yo, estábamos en medio de la nada, en un cruce de caminos de una carretera polvorienta. Si eso hubiera sido el delta del Mississippi, podríamos haber vendido nuestra alma al diablo por un buen riff de guitarra, pero como era Laos, estuvimos más de media hora esperando a que pasara alguien. A lo lejos, por fin, vimos un todoterreno que se acercaba, y con las manos en alto y casi en medio de la carretera conseguimos que se parara. Le explicamos la situación y tuvo a bien acercarnos hasta la zona del embarcadero en donde había que coger un barco para atravesar el río Mekong y llegar hasta el Wat.

Durante el tiempo muerto, estuvimos charlando con la chica japonesa. Se llamaba Naoko Okada y estaba dando la vuelta al mundo. Tenía un año para ello y se lo pagaba su padre, un alto directivo de Honda, porque había terminado la universidad con buenas notas. A la pobre cuando había cogido el billete la habían engañado como querían hacer con nosotros, pero además le habían cobrado 10.000 K. más por el barco que teníamos que coger ahora. Aunque cuando le dijimos que había pagado de más no se le vió que le importara mucho. Es lo que tiene no gastar de lo propio.

 

Como nos imaginábamos, el barco para cruzar el río no estaba incluido en el precio, le habían engañado a Naoko doblemente. El precio son 5.000 K. por persona. Es una especie de plataforma con un motor para poder cruzar coches también. Como estaba justo yéndose, uno con una chalupa nos dijo que nos llevaba por el mismo precio sin esperar, así que sin pensarlo nos montamos en su barco de remos y a cruzar el Mekong.

Ya en el lado bueno, había todavía una buena tirada hasta el Wat, así que con un tuk-tuk, negociamos 18.000 K. por persona ida y vuelta, aunque a la vuelta tendríamos una sorpresilla.

El Wat Phu Champasak, es un templo religioso de estilo Jemer, parecido a los de Angkor pero con unas dimensiones mucho menores. Está rodeado de árboles enormes y la zona más alta, está situada a 1.400 metros. Desde arriba hay unas vistas preciosas de todos los templos, con los arrozales, los árboles y el río Mekong al fondo. La subida se hace algo dura por lo empinada que es, pero sobre todo por la humedad que hay. En 2001 fue declarado Patrimonio Mundial de la Humanidad por la Unesco. La entrada cuesta 40.000 Kips.

 

Tras un buen rato disfrutando de estos maravillosos templos en completa soledad. Fuimos los únicos visitantes en la hora pasada que estuvimos en las ruinas, tocaba la accidentada vuelta. El primer percance sucedió cuando el tuk-tukero nos dejó en el río y nos pide 80.000 K. por cada uno. Los ojos casi se nos salen de las órbitas. Estaba intentando engañarnos con el típico juego de palabras a la hora de pronunciar 18 y 80. Pero ese truco ya me lo sabía porque el año anterior me había pasado algo parecido en Malasia, así que a la hora de negociar le había enseñado el billete para que no hubiera lugar a dudas. El hombre cabezón insistía en que le pagáramos y Naoko quería hacerlo, pero nosotros teníamos muy claro que no nos iba a timar cuando había quedado todo claro con anterioridad. Le dejamos el dinero encima del asiento ya que se negaba a cogerlo y nos largamos de allí con el hombre refunfuñando y llamándonos de todo menos bonito, digo yo. Muchos se la suelen jugar de esa manera, haciéndose los ofendidos y como para el viajero no supone mucho dinero acaban dándole lo que le piden por no discutir. Pero nosotros teníamos claro que un acuerdo era un acuerdo y no nos iba a chulear nadie si lo podíamos evitar.

*Aunque en muchas entradas del blog hablo de intentos de timo y engaños, el 99,99% siempre tienen que ver con lo relacionado al turismo. La gente corriente de los países, no te ven como un dólar andante porque no se dedican al turismo, y son en otro 99,99%, unas personas encantadoras y que sin ninguna duda te ayudarán en cualquier problema o percance que suceda durante el viaje.

Para cruzar el río al lado bueno, estaba de nuevo el chico del bote y lo que antes nos había cobrado 15.000 K. por lo tres, ahora nos sale por 10.000. Una vez en tierra firme y sin saber como ir a la carretera principal, esperamos a que llegase el barco grande con los coches y tras preguntarles a unos cuantos conseguimos que uno nos acercara por 30.000 K. Ahora venía el segundo problema, volvíamos a estar en el mismo cruce polvoriento de hace un par de horas y sin saber que hacer para llegar a nuestro destino. Al de un buen rato vimos aparecer un bemo, lo paramos y le preguntamos, pero su camino no coincidía con el nuestro. Al de 10 minutos apareció otro, y aunque iba en nuestra dirección, su destino final era un poco anterior al nuestro. Aún así, viendo la cantidad de tráfico que circula por esa carretera, preferimos cogerlo y ya nos volveríamos a buscar la vida más adelante.

Nos montamos en el bemo, en el que como mucho entrarían 15 personas, pero eramos mas de 25, sin contar los sacos de arroz, lechugas, maíz, frutas, maletas, y ……. un par de cerdos metidos en unas cestas. Pagamos 40.000 K. por cada uno. El trayecto fue infernal, aunque Naoko no debió pensar lo mismo porque se quedó completamente dormida apoyada hacia delante encima de su mochila. Su intención era haberse quedado en la zona del Wat a dormir, pero al final prefirió venirse con nosotros a las 4.000 islas.

 

Al llegar al final del recorrido, nos encontramos con el tercer problema. Estábamos a escasos 15 kilómetros de nuestro destino, pero como ya era tarde no había ningún medio de transporte público que hiciera el trayecto que nos faltaba. Tocaba volver a negociar. Me acerqué hasta un hombre que estaba apoyado en una pick-up y le pregunté a ver si sería tan amable de llevarnos hasta Don Det y él cortésmente me dijo que sin ningún problema a cambio de 12$ cada uno. Le digo a ver si está loco y se sonríe. Voy a preguntar a otro y me dice el mismo precio. Teníamos un problema, estábamos vendidos en una zona donde actuaban como una mafia porque sabían que a esas horas era imposible moverse de otra manera. Pero como no estábamos dispuestos a que nos engañaran de esa manera, nos largamos de allí como si nos fuéramos a ir andando. Cuando perdimos de vista el pueblo, aparecieron unas motos. «Casualidad» eran tres. Nos preguntaron a donde queríamos ir y que por 3$ cada uno nos acercaban. Seguro que estaban por allí y habían visto toda la jugada pero no se atrevieron a hacer nada delante de los demás y en cuanto nos alejamos vieron su oportunidad.

Si Phan Don

Todavía no habíamos terminado nuestra odisea de día. Ahora quedaba coger un bote que nos cruzara el río hasta la isla de Don Det desde Ban Nakasang. Otros 15.000 K. por persona. El bote era de un alemán que llevaba 5 años viviendo allí y se había casado. Nos dijo para ir a alojarnos a los bungalows de su familia y nos nos importó, pero en cuanto los vimos salimos despavoridos. Eran cutres de narices. Así que para que no se ofendiera, dijimos que preferíamos más la otra parte de la isla porque era más tranquila. No le sentó nada bien, pero con el día que llevábamos estábamos como para que nos importara.

 

El trayecto entre la islas es espectacular, todas rodeadas de una vegetación densa de un color intenso y precioso. Unos de los paisajes más bonitos que han quedado grabados en mi mente.

Tras mirar unos cuantos alojamientos, finalmente nos decidimos por Mr. Mo Guest House. No era nada del otro mundo. Pero tenía baño en la habitación y ventilador. Costaba 50.000 K. la noche. Lo mejor es que todavía no había llegado la electricidad a las islas y funcionaban con generadores que sólo estaban activados de 18:00 a 22:00. También jugaba la suerte un papel importante, ya que el día siguiente lo pasamos entero sin luz. En ese momento ya no nos importaba nada ¡¡¡¡POR FIN HABÍAMOS LLEGADO!!!!

Dejamos todo en la habitación y nos fuimos a cenar y a tomar unas cervezas que nos las teníamos bien merecidas. Cenamos en un restaurante al lado del río, en el que fuimos testigos de una puesta de sol que nos dejó sin palabras literalmente. Estuvimos media hora atontados, viendo como se iba ocultando el sol y los preciosos colores que iba dejando a su paso. Tras un día muy pero que muy duro, al terminar de cenar estuvimos un poco charlando y comentando las mejores jugadas, pero enseguida nos fuimos a dormir porque no podíamos ni con el alma.

 

Don Det y Don Khon

Aunque estábamos muy cansados del día anterior, la noche fue un auténtico infierno. Había más de 30 grados y una humedad de la leche. El ventilador no funcionaba porque no había electricidad a esas horas. A las 2.00 de la mañana decidimos que había que abrir las ventanas y la puerta aunque nos quitasen todo lo que teníamos. Sobre las 4:00 me desperté fuera de la habitación con un ahogo tremendo. No sé que coño habría soñado, pero como además soy un poco sonámbulo, me había levantado de la cama sin enterarme y había salido de la habitación gritando. El aire, caliente, hizo que me despertara. El resto de la noche no fue mucho mejor, ya que el compañero de cama, osea Edu, no hacía más que roncar. Y decía que sólo respiraba fuerte…..:-(

Por fin ya de día, nos juntamos con Naoko y bajamos a desayunar un delicioso zumo de naranja con tortilla francesa y tostadas. Pensando que podíamos hacer para pasar el día, vimos que en el Guest House alquilaban bicicletas, lo que nos pareció una buena forma de ver la isla. Por 10.000 Kips tuvimos las bicis para nosotros todo el día. Eran un estilo Mary Poppins con su cestita y todo, lo malo es que debían ser del mismo año también. La idea era ver la isla de Don Det donde estábamos nosotros y la de Don Khon un poco más al sur. Ambas estaban unidas por un puente en el que cobraban 9.000 K. por pasar.

 

Primeramente nos hemos acercado hasta las cascadas de Tat Somphamit. Están en el noroeste de Don Khon y son muy chulas. Aunque cuando tengan más agua serán todavía más bonitas. Un poco más al sur donde se calman las aguas, hay formada como una especie de playa, en donde aprovechamos para darnos un bañito después de la sudada que nos estábamos pegando en la bici. Más arriba, aparte de peligroso, también es una falta de respeto hacia los lugareños, ya que lo consideran un sitio sagrado en el que están atrapados los espíritus de los muertos. Relajados y más fresquitos continuamos nuestro tour por las islas.

 

Desde que llegamos al sudeste asiático, ese fue con diferencia el sitio donde más calor y agobio pasamos.

En el sur de la isla había una zona pegando a la frontera con Camboya en la que nos dijeron que era posible ver los delfines del Irrawaddy. Un tipo de delfines que habitan el río Mekong y que están en peligro de extinción. El camino para llegar era un poco complicado, ya que estaba todo lleno de piedras y con esas bicis se hacía muy duro. A Naoko se le rompió el guardabarros y a Edu se le salió dos veces la cadena. Estuvimos observando pegados al río un buen rato, pero desde tierra firme no se veía nada, había que coger un bote. Enseguida nos vino el «capitán» y nos ofreció un trato. Pagaríamos 90.000 K. por los tres, pero en el caso de que no pudiéramos verlos sólo nos cobraría 50.000 K. Nos pareció correcto, así que dejamos las bicis en su casa y nos montamos en el bote con él y su hijo pequeño, que era muy gracioso, ya que no paraba de hacer tonterías todo el rato. El paisaje para variar era otra vez precioso. Una vez situados en la zona donde se supone que se veían los delfines, paró el motor y comenzamos a oir el silencio. Este sólo fue interrumpido al de un par de minutos por el chillido estridente de los delfines. Empezaban a dejarse ver. Había como media docena entrando y saliendo del río a un ritmo acompasado. Aunque no estaban muy cerca, se apreciaban bastante bien. Como el sol pegaba de lo lindo, nos llevó hasta una zona en la que bajamos y había como un chamizo en el que nos invitó a sentarnos y ver desde la sombra los delfines. En ese momento habíamos cruzado la frontera de ilegales, ya que estábamos en Camboya. Cuando ya no daba para más el avistamiento de los delfines, pusimos de nuevo rumbo a Laos y a por nuestras bicicletas. Le dimos el dinero pactado y continuamos con el recorrido.

 

Lo mejor era pasear y ver a los niños jugar y los paisajes tan espectaculares que los rodeaban. Con el sol machacando nuestras cabezas, decidimos poner punto y final y volver hacia el hostel para comer algo. Pero estando todavía en la otra punta, a Edu se le rompió la cadena de la bici. Había dos opciones, o volver andando o sentado haciendo de remos con sus piernas, y optando por esto último, llegó al Guest House que parecía que se había bañado en el río.

Tras comer y descansar un poco fuimos a ver la puesta de sol. Esa preciosidad era imposible perdérsela por muy cansado que estuviera uno. Sentados en la terraza, con una cerveza, viendo la puesta de sol y un silencio sepulcral, …… eso era el auténtico paraíso.

Como era la hora de la electricidad, decidimos irnos a la habitación a tumbarnos un poco y después a cenar. Pero cómo no, algo había pasado y el generador no funcionaba, y por consiguiente el ventilador tampoco. Aún así, estábamos tan cansados que nos quedamos dormidos hasta el día siguiente. Habíamos quedado con Naoko para ir a cenar, pero pasaría por delante de la habitación y al vernos sopas decidió no despertarnos y dejarnos dormir como los angelitos. Y digo nos vió, porque esa noche también dormimos con la puerta y las ventanas abiertas. Menos mal que por estos lares los manguis todavía no proliferan.

 

B.F.F.F.

Viajes Ikertanoa
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