Sihanoukville, Camboya y la vuelta a casa

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Sihanoukville, Camboya y la vuelta a casa

La zona suroeste de Camboya es donde se encuentran las playas camboyanas, aunque no son paradisíacas, el agua está a muy buena temperatura y no hay muchos visitantes, por lo menos en la época en la que estuvimos nosotros. Cogimos un autobús, otro más, para llegar hasta allí desde Phnom Penh y disfrutamos del relax durante unos días, antes de hacer las maletas para poner punto y final a esta maravillosa aventura.

Sin ninguna prisa por levantarnos, descansamos de la paliza que nos habíamos dado para atravesar Camboya. Ahora tocaban los días de relax después del ajetreo anterior. Nos íbamos a las playas de Sihanoukville al suroeste de Camboya a descansar unos días.

Bajamos a desayunar y el hombre de recepción se quedó un tanto sorprendido. Nos dijo que en el hotel no habían dado nunca desayunos, que sólo es de alojamiento. Vaya!!! Parece que nos la habían vuelto a colar. Nos fuimos a una cafetería de al lado y tras unos buenos zumos y tostadas, buscamos un tuk-tuk que nos llevase al mercado a hacer algunas compras ya que no íbamos a volver a Phnom Penh salvo para ir directos al aeropuerto, 2.000 R.

En el Russian market, aprovechamos para hacer unas cuantas compras, no se puede poner precios porque mucho de ello fueron regalos y ya se sabe que ……. Eso sí, nos compramos un par de mochilas North Face que todavía las sigo dando uso. No sé si sería falsa, pero el resultado desde luego espectacular y fueron solo 15$. Con las mochilas llenas de regalos, pusimos rumbo a la estación de autobuses a coger los billetes para acercarnos a las playas. El ticket costaba 8$ y el autobús similar a todos los de Camboya. El viaje fue tranquilo. Unas 4 horas con el descanso a mitad de camino de rigor.

Sihanoukville

Al llegar a la parada, teníamos decenas de personas interesadas en nosotros, bueno más bien en nuestros dólares. Pero como siempre, cogimos un motodop cada uno por 1$ y nos fuimos a explorar el sitio donde alojarnos. Optamos por la playa de Serendipity, la más larga y alejada del puerto. Esta vez no tuvimos que esforzarnos mucho en buscar alojamiento, ya que los primeros bungalows que fuimos, a ver a unos 100 metros escasos de la playa nos cautivaron. Dos camas grandes, con aire acondicionado, baño dentro y limpias. Pero lo mejor el precio, por tan solo 5$ la noche.

Tiramos las cosas literalmente y nos fuimos directos a bañarnos, tras un mes de duro viaje necesitábamos que el mar llegara a nuestras vidas. La playa es chula, pero nada del otro mundo. El agua estaba caliente, unos 25 grados, pero aún así esa sensación de notarla en el cuerpo es indescriptible después de tantos días.

Con unos 6 centímetros menos cada uno, decidimos que ya iba siendo hora de salir e ir a cenar. Nos pegamos una ducha refrescante y en la misma playa encontramos un bar con unos sillones enormes y cómodos en el que estaban poniendo al Sr. Marley de fondo. El cielo estaba completamente estrellado y prácticamente sin ninguna luz alrededor. Era increíble la cantidad de estrellas que se veían. Cenamos rico y barato a la vez. Cómo íbamos a extrañar esto al volver a la cruda realidad.

 

Dimos una vuelta por la playa y vimos que había una excursión a las islas cercanas de Koh Rong, en la que recorrían unas cuantas islas para hacer snorkel y disfrutar de las playas de arena blanca y agua cristalina. Así que por 15$ por cabeza nos animamos a cogerla para el día siguiente.

Islas de Koh Rong

La excursión comenzaba temprano. Desayunamos una rica tortilla francesa con media barra de pan con mermelada y mantequilla, llena de hormigas hambrientas. A las 8:30 nos estaban recogiendo en nuestros bungalows para comenzar la excursión.

El grupo estaba compuesto por tres japoneses, dos italianos y nosotros dos. Nos llevaron primeramente cerca de una isla que la llamaban «Fresh island» o eso les entendimos, porque entre la «ponunseision» de los camboyanos y nuestro oído……. A unos 100 metros de la orilla comenzamos a hacer snorkel. No estaba mal si era la primera vez que uno hacía, pero habiendo buceado en otros sitios con más variedad de peces y corales, esto se quedaba un poco corto.

Media hora después fuimos hasta «Bamboo island», esta sí que la entendimos perfectamente. Era una isla preciosa, con el agua azul turquesa, las palmeras en la orilla de una arena completamente blanca y fina y lo mejor de todo es que sólo estábamos nosotros, no había ninguna excursión más. Como había unas cuantas olas, los trayectos en barco estaban siendo ligeramente moviditos, lo que hizo que a Edu se le revolvieran un poco las tripas. Así que mientras él descansaba en una hamaca, perfectamente colocada entre dos palmeras al lado de la playa, yo me dediqué a recorrer esa preciosa isla.

 

Allí mismo, se encargaron de hacernos la comida. Una barbacoa de pescado variado. Una pareja de los japoneses se habían ido recorrer la isla y no aparecieron hasta una hora después de haber comido y eso que nos habían dicho a la hora que la iban a preparar. Aunque con la cara de alegres que tenían, nos supusimos todos, que la comida de verdad, había pasado a un segundo plano. Eso sí, se quedaron sin nada, porque viendo que no aparecían nos la repartimos entre el resto de los de la excursión, incluido su compi, que se reía de lo lindo cuando nos la estábamos jamando.

Tras un buen rato descansando y tomando el sol, nos encaminamos hacia la última isla que estaba incluida en el tour. Su nombre…..???? aquí sí que ya nos resultó imposible descifrarlo y eso que se lo hicimos repetir unas cuantas veces. Nos dieron las máscaras y el tubo para hacer snorkel, pero en cuanto estábamos a punto de tirarnos, empezamos a ver un montón de cosas blancas. Esa zona estaba infestada de medusas, pero además tenían un tamaño considerable. Así que allí ni Peter se quería tirar al agua. Los guías de la excursión nos miraban extrañados. Intentamos explicarles lo que en nuestro país hacían las medusas al contacto con ellas, pero aún así nos miraron con una cara de «vaya gente más rara estos extranjeros».

Eran las 15:30 y pusimos rumbo a nuestra playa para terminar el tour. Fue un día muy bonito y la excursión muy chula. Terminamos el día tumbados en las hamacas de enfrente del hotel. Mientra yo me daba un masaje relajante de una hora por 4$, Edu se hizo la depilación «láser» en la espalda al estilo camboyano. Cogían un par de cachos de hilo con la mano y una esquina de ese mismo hilo con la boca, y haciendo un movimiento de cabeza rápido, quitaban los pelos de raíz. Le dejaron la espalda como el culito de un bebé por 10$.

Cenamos en otro sitio de la playa una parrillada increíblemente buena de langostinos, jibiones y barracuda, un pez que nunca habíamos probado y que estaba delicioso, sentados enfrente del mar, por el increíble precio de 3$. Dimos un largo paseo por la playa, haciendo parada de txikiteros en los diferentes bares que había. Todos estaban muy tranquilos y la mayoría con buena música. Y para las 12:00 nos fuimos a dormir.

A partir de aquí quedaban un par de días que los empleamos en no hacer nada. Y cuando digo nada es nada. Nos levantábamos, desayunábamos, tumbona, agua, tumbona, hamaiketako, agua, tumbona, comer, agua, tumbona, agua, tumbona, agua, tumbona, picar algo de la gente que pasaba por la orilla ofreciendo, agua, tumbona, cenar, paseo por la playa, cervezas y dormir. Este fue a grandes rasgos nuestros tres últimos días en Camboya.

De tanta tumbona nos hicimos amigos de los que trabajaban en el bar y nos pasábamos todo el día con ellos charlando cuando no tenían trabajo. Se sentaban a nuestro lado y así pasábamos el día. Hasta los niños de allí empezaron a venir a sentarse con nosotros y cada vez que íbamos a bañarnos nos seguían y estábamos haciéndonos aguadillas y riéndonos sin parar. Fueron dos días tranquilos en los que disfrutamos mucho de la gente local. Estaba todo muy tranquilo, tal vez fuera por que era temporada baja y época de lluvias, pero casi no se veían extranjeros. Y las lluvias tampoco se dejaron ver, nos hizo unos días buenísimos, a veces con nubes pero nada de lluvia.

 

El último día, sí que fue un poco más movido, ya que en uno de esos baños, Edu notó un dolor fuerte en el dedo y creía que se habría dado algún golpe con alguno de los niños. Al sacar el pie del agua estaba sangrando bastante y decía que le dolía mucho, así que cogimos un tuk-tuk a toda leche y nos llevaron a una especie de hospital, por llamarlo de alguna manera. Le hicieron la cura, y el médico nos explicó que con toda probabilidad habría sido el mordisco de una barracuda. Lo buenas que estaban a la parrilla y lo h…… que eran bajo el agua 😉 20$ nos cobró por las curas.

Y para poner punto y final al día, estando relajados de nuevo en las hamacas y degustando unos deliciosos langostinos que vendía una chica que pasaba todos los días por la playa y a la que entre Edu y yo le acabábamos siempre la bandeja, 3$ una docena de langostinos a la plancha tan grandes como una mano, nos invitaron a ir a una discoteca con ellos a modo de despedida. Era una disco local, no había ningún extranjero, éramos los únicos, por lo que entre eso y nuestra altura, era bastante difícil pasar desapercibidos. Fuimos la atracción de la noche. Todo el mundo se acercaba a nosotros, nos chocaban la mano y nos contaban cosas, pero claro el 90% no hablaba inglés así que era complicado entenderse. También querían bailar a nuestro lado y nosotros que somos más rígidos que una piedra, parecíamos Travolta en fiebre del sábado noche comparado con lo arrítmicos que eran ellos.

Llegó el momento de despedirse, ya que al día siguiente tocaba la inexorable vuelta paulatinamente a la realidad y no queríamos hacerla con mucho dolor de cabeza. Diría que uno a uno nos chocaron la mano todos los asistentes a la discoteca antes de irnos. Cogimos un tuk-tuk hasta el bungalow y para las 2:00 de la mañana estábamos muertos en la cama.

Habíamos vivido en estos últimos días unas experiencias brutales con la gente de allí. Nos llevábamos muchas historias alegres, pero también demasiadas tristes. Son gente que desprende alegría pero cuando te abren su corazón te das cuenta de lo que llevan por dentro, en un país en el que la dictadura de los Jemeres Rojos pasó mucha factura.

La inexorable vuelta a casa

Para las 7:15 de la mañana siguiente estábamos montados en un autobús de vuelta a Phnom Penh. Lo bueno se acababa. Aunque el bus nos iba a dejar en el centro, como pasábamos por el aeropuerto, le dijimos al chófer a ver si nos podía dejar allí y el hombre se enrolló y nos apeó justo delante. Nuestro avión hacia Ho Chi Minh, salía a las 13:55, pero como todavía era pronto y había otro vuelo anterior, intentamos cambiarlo y no nos pusieron ninguna pega. Una vez todo el pasaje dentro, volvimos a despegar 25 minutos antes de la salida estipulada, estos de Vietnam Airlines…..

Como para Vietnam también era necesario visado, no podíamos salir del aeropuerto, así que «sólo» nos quedaban por delante 8 horas de espera en una zona del aeropuerto enana, aunque por lo menos teníamos una pantalla de plasma enorme en la que podíamos servirnos el canal que quisiéramos, eso sí, levantando el culo del asiento ya que no tuvieron el detalle de dejarnos el mando a distancia;-)

Al día siguiente, Edu vía París y yo vía Madrid, poníamos punto y final a un viaje increíble en dos países sorprendentes y totalmente recomendables.

 

B.F.F.F.

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