La ciudad azul de Chefchaouen, Marruecos

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La ciudad azul de Chefchaouen, Marruecos

Comenzaba nuestra aventura recorriendo el país vecino del sur, Marruecos. Aunque parte ya lo conocíamos, descubriríamos parajes increíbles, pueblos de postal y de nuevo gente maravillosa que hará que guardemos un grato recuerdo de la experiencia vivida.

A las 5:00 de la mañana tocaban diana. El ferry salía desde Algeciras a las 9:00 y había que estar 1 hora y media antes allí. Nuestro punto de partida era Chiclana de la Frontera, con lo que teníamos otra hora y cuarto de camino. De ahí el primer madrugón del viaje.

A las 7:15 llegábamos al puerto, y ya había una buena cantidad de coches de todas las nacionalidades europeas, prevaleciendo franceses, belgas e italianos. Tras dar unos cientos de vueltas, en plan cola de espera en parque de atracciones, llegamos a la zona frontal de embarque al ferry. Por el camino estaba todo muy bien señalizado con un montón de trabajadores indicando la dirección a seguir. Como era muy pronto y habíamos salido sin desayunar, nos pedimos unos cutres cafés en un puestito food truck al lado de los coches, por la nada despreciable cifra de 2 eurazos el vasito de plástico. Que usamos de empapador para los bollos, galletas y embutido que habíamos llevado de casa.

Sobre las 8:00 comenzamos a embarcar. Nos tocó dejar el coche en la parte de abajo y lo más esquinado posible. Lo que conllevó que luego fuésemos los penúltimos en abandonar el barco. Subimos a la zona de butacas y allí un par de azafatas nos dieron las tarjetas de inmigración para rellenar. A mano derecha de los asientos, había unas ventanillas en donde se tramitaba todo lo relacionado con el pasaporte, y en el lado izquierdo, una mesa en donde se gestionaban los papeles del coche para poder conducir por Marruecos. Sin duda una forma muy cómoda de tramitar todo y que no hacía perder el tiempo. Ya que la última vez que estuvimos el papeleo se hacía una vez en territorio marroquí.

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Para reponernos del vaso de plástico, pedimos unos pintxos de «tortilla» a 2,50 €, unos bocatas a 3,90 € y una naranja, sí, no un zumo, sino una sóla naranja a 1,25 €. Disfrutamos de unos delfines que nos siguieron durante un buen rato y con una hora menos en territorio marroquí, llegamos a las 10:00 a Tanger. Salimos los penúltimos del barco, como había comentado y pasamos por unos cuantos controles. Primero para los pasaportes y después la tarjeta del coche. Aunque era lento debido a la cantidad de coches, fue todo bastante dinámico. A las 11:15 estábamos en la autopista camino de Chefchaouen.

Pasamos un primer y único peaje, 10 Dh, y como no teníamos Dirhams, le preguntamos a ver qué podíamos hacer al chico y nos dijo que por 2 € quedaba todo solucionado y eso que al cambio no llegaba al euro. Pero si queríamos cruzar no nos quedaba más remedio. A partir de ahí, cogimos una carretera que en muchos tramos estaba en obras, con continuas subidas y bajadas y rotondas cada dos por tres. En la mayoría, estaban situados todoterrenos de la policía haciendo controles o con el veloláser, para ponerte una multa rápidamente. Al ser la segunda vez que visitábamos Marruecos, ya nos acordábamos de eso y fuimos cumpliendo los límites de velocidad a rajatabla siempre (o casi siempre… 😉 )

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También pudimos empezar a ser testigos del tipo de conducción. Se adelantaba cuando a uno le apetecía, daban igual las líneas continuas o que hubiese una curva cerrada, ya frenaría el de enfrente o el adelantado se echaría al arcén. Lo que sí nos sorprendió fue el buen uso del intermitente, algo que por estos lares se ha convertido en algo tan difícil de ver como un unicornio alado.

A las 13:00 llegábamos al pueblo de Chefchaouen. Situado en medio de las montañas del Rif, tenía una pinta estupenda, algo que comprobaríamos unas horas después. Fuimos al hotel que teníamos reservado, Maison d´hotes Lalla Khadouj, pero allí nos dijeron que no había sitio y nos dirijimos al Hotel Dar Nokhba. Pero resulta que allí tampoco tenían sitio para todos y a nosotros nos alojaron en uno que había enfrente. Nos supusimos que eran todos de la misma familia. No nos importó tanto mareo, pero a cambio les saqué gratis el parking para el coche, aunque después de mucho pensárselo. Que por cierto más que un parking aquello parecía el camarote de los Hermano Marx. Todos los coches cruzados, unos en medio de otros, moviéndolos sin encender el motor quitándoles el freno de mano, y en un hueco enano, tras mucho ajetreo, metí nuestro coche como en una caja de cerillas. No podía casi ni salir por la puerta. Empezaba lo divertido del viaje.

Fuimos a las habitaciones y al abrir las puertas, alucinamos con lo que vimos. El alojamiento era estilo suite, con un salón enorme con la tele, una cocina, el baño y otra habitación con tres camas y aire acondicionado, sin olvidarnos de la pedazo terraza con sillones y vistas a la montaña. La de Edu y Bea era más pequeña pero con mucho encanto. Muy chula decorada, con tres alturas, el baño en una, el saloncito con la tele en otra y la cama con el aire acondicionado en la de arriba. Nos quedamos encantados. Además hay que decir que todos con los que tratamos nos parecieron muy amables y agradables.

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Tras un poco de descanso y avisar a las respectivas familias de nuestra llegada con un wifi un tanto patata, nos dispusimos a recorrer el pueblo a la nada despreciable temperatura de 36 grados a la sombra. Primero hicimos una parada para comer y sacar dinero en el BMCI, 2.000 Dh sin comisión. Aproveché y saqué 2 veces. Encontramos cerca del hotel un sitio de pizzas, paninis, kebabs, que también era pastelería, Chez Aziz. Miramos un poco lo que tomaban los comensales y como tenía muy buena pinta decidimos entrar. Además no era nada caro. Pedimos 1 pizza, 5 hamburguesas, 1 sandwich, 2 kebabs, 4 latas de sprite (de cerveza ná de ná) y 1 botella grande de agua por 295 Dh. De nuevo nos trataron estupéndamente y eso que les volvimos un poco locos. Además algún camarero sabía bastante bien castellano, lo que nos facilitó bastante las cosas.

A las 15:30 comenzamos a recorrer el interior de la medina. Las casas estaban pintadas de azul, flores por todos lados, los callejones tenían un encanto especial, las pequeñas tiendas, ….. Era como estar metidos en un cuento. Había gente, no sabemos si por la hora que era, pero tampoco era excesiva. Sacamos como no, decenas, centenas y millares de fotos. Tuvimos un encuentro muy gracioso con un grupo de turistas orientales, que sin entendernos en ningún momento lo que decíamos, acabamos riéndonos y sacándonos fotos todos juntos.

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Llegamos hasta la zona del río, Ras el Maa, en donde estaba refrescándose el resto del pueblo que faltaba. Haciendo barbacoas, dándose chapuzones, bebiendo kases….. 😉 Desde allí había una caminata de 2 km hasta una pequeña mezquita que tenía unas increíbles vistas de todo el pueblo. Fue construída por los españoles y abandonada durante la guerra del Rif en la década de 1920. Fue un tanto duro el camino, ya que pegaba todo el solazo y llevábamos ya unas cuantas horas de recorrido. Disfrutamos un buen rato de las preciosas vistas, charlando y los enanos jugando, y deshacimos el camino andado para llegar hasta la plaza de Uta el Hamman en la que se situaba la Gran Mezquita, con una torre octogonal poco común y que fue construída en el siglo XV por el hijo del fundador de la ciudad. La plaza estaba llena de cafés y restaurantes y tenía bastante ajetreo.

El sol estaba empezando a caer y nuestros cuerpos no daban para más. Era el primer día y no habíamos parado. Además llevábamos desde las 5:00 de la mañana levantados. Volvimos al mismo sitio donde habíamos comido, a cenar y tomar unos refrescantes y sabrosos zumos. Y tras la cena nos despedimos y cada uno se fue a su respectivo alojamiento y Dios al de todos. Nos pegamos una buena ducha reconfortante. Y mientras los enanos veían un poco la tele, Usu y yo estuvimos en la terracita disfrutando de las montañas y la tranquilidad que se respiraba. Parecía que el viaje comenzaba bien.

B.F.F.F.

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